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No, la pureza no consiste en la separación, sino en una penetración más profunda del Universo. Consiste en el amor de la única Esencia, incircunscrita , que penetra y actua en todas las cosas por dentro, más allá de la zona mortal en que se agitan las personas y los números .
Radica en un casto contacto con aquel que es «el mismo en todos».
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¡Qué hermosos es el Espíritu cuando se eleva adornado con las riquezas de la Tierra!.
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¡Báñate en la Materia , hijo del Hombre! ¡Sumérgete en ella, allí donde es más impetuosa y más profunda! ¡Lucha en su corriente y bebe sus olas! ¡Ella es quien ha mecido en otro tiempo tu insconsciencia; ella te llevará hasta Dios!.
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El Hombre se vió en una copa inmensa , cuyos bordes se cerraban en torno a él..
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Comprendió, para siempre, que el Hombre, lo mismo que el átomo, no tiene valor más que en la parte de sí mismo que pasa al Universo.
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Contempló , con una claridad despiadada , la despreciable pretensión de los Humanos por arreglar el mundo, por imponerle sus dogmas, sus medidas y sus convenciones.
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Saboreó, hasta la náusea, la banalidad de sus goces y de sus penas, el mezquino egoísmo de sus preocupaciones, la insipidez de sus pasiones, la disminución de su poder de sentir.
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Tuvo compasión de quienes se azaran ante un siglo, o que no saben amar nada fuera de su país.
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Tantas cosas que le habían turbado en otras ocasiones, los discursos y los juicios de los doctores, sus afirmaciones y sus prohibiciones, prohibir al Universo que se mueva. . .
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. . .Todo eso le pareció ridículo, inexistente, comparado con la Realidad majestuosa, desbordante de Energía que se revelaba ante él.
universal en su presencia, inmutable en su verdad, implacable en su desarrollo, inalterable en su serenidad, maternal y segura en su protección.
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Había, pues, encontrado, ¡al fin!, un punto de apoyo y un recurso fuera de la sociedad.
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Y sintió que ya nada en el Mundo podría apartar su corazón del a Realidad superior que se le pesentaba , nada ;
ni los Hombres, en lo que tienen de intrusivo y de individual, ni el Cielo y la Tierra, en su altura, su anchura, su profundidad, su potencia (ya que precisamente a ellos se entregaba para siempre) […]
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Si ahora volviese a la Tierra común sería ya un extraño.
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Sí, tenía conciencia de ello:
incluso para sus hermanos en Dios, mejores que él, hablaría inevitablemente una lengua incomprensible.
Incluso para aquellos a quienes más amaba , su afecto sería una carga, porque le verían buscando inevitablemente algo detrás de ellos.
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Desde el momento en que la Materia, despojándose de su velo de agitación y de multitud, le descubrió su gloriosa Unidad…
Desde el momento en que había para siempre desligado su corazón de todo lo que es local, individual , fragmentario ;
sólo ella, en su totalidad, sería en adelante su padre, su madre , su familio , su raza, su única y ardiente pasión.
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Y nadie en el mundo podría nada contra él.
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Se abandonó , con una fe desbordante , al soplo que arrebataba el Universo.
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He aquí que en el seno del torbellino una luz creciente tenía la dulzura y la movilidad de una mirada. . .
La Inmensidad ciega y salvaje se hacia expresiva , personal.
Sus capas amorfas se plegaban siguiendo los rasgos de un rostro inéfable.
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Por todas partges se dibujaba un Ser, seductor como un alma, palpable como un cuerpo, un Ser entremezclado con las cosas aun cuando distinto de ellas,
superior a la sustancia de las cosas, con la que estaba resvestido, y , sin embargo , adopotando una figura en ellas. . .
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Dios irradiaba en la cúspide de la Materia, cuyas oleadas le traían el Espíritu.
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El Hombre cayó de rodillas en el carro de fuego que le arrebataba .
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Y dijo esto:
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«Para llegar hasta ti, Materia, es necesario que partiendo de un contacto universal con todo lo que se mueve aquí abajo, sintamos poco a poco cómo se desvanecen entre nuestras manos las formas particulares de todo lo que cae a nuestro alcance, hasta que nos encontremos frente a la única Esencia de todas las consistencias y de todas las uniones.
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